Aquel invierno los telediarios no hablaron de la nieve.

Llegó el invierno. Las luces eran tenues de invierno. De invierno. Como todos los años. Pero el olor de la leña del horno de la panadería no se recortaba en la mañana nítido como lo hace todos lo años. Aquél invierno los telediarios no hablaron de la nieve. Ni de la niebla hablaron las montañas, ni la sierra del frío.
Había un silencio extraño, perturbador. Los olores bajos, que se quedan pegados al suelo, nítidos y contorneados, eran muescas. Sus contornos eran dentados, como las almenas de un castillo rasgando el cielo.

Aquel invierno los telediarios no hablaron de la nieve.

O tal vez fui yo, que no pude escucharlos. No porque no lo dijeran, no porque no lo escuchara, sino porque en el vacío no se transmite el sonido. Y en mi alma no había espacio, ni aire, ni viento, ni los olores malvas y azules que pinta el humo del horno de leña de la panadería.

Era presa del vacío, y del invierno y de la nada.

Las almenas rascaban las brumas desde el suelo. Yo era el castillo derrumbado.

Aquel invierno los telediarios no hablaron de la nieve. Y esta primavera no ha habido operación retorno, y hoy acabamos de saber que tampoco habrá vacaciones de verano. Y tu ausencia se superpone con la suya, y con la otra. Y con la mía.

Algún día nosotros también seremos vacío, y los contornos dentados, de los olores perdidos en las montañas de invierno.

Algún día, algún día. Algún día. Algún día. Y sólo uno. Y toda la vida.

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