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Tal vez tenga el silencio, más palabras para nosotras, que todas las que podamos decirnos. Pero tú y yo, luces inquietas, aunque distantes y calladas, estaremos siempre juntas en el ruido. Allí hemos de rozarnos, una y otra vez. En ese silencio que nos tiene. En la pausa de una oración que ama su resonar, en el tronar de unas letras que se borraron de tanto escribirse. Volveremos a vernos en el parpadeo, en la intimidad de los que se entienden, pero nunca lo confiesan, en la oscuridad ciega que apaga la bombilla de un proyector entre imagen e imagen. Entre sueño y susurros    En lo infinito, en lo imposible: como el amor de verdad.
(...) Entonces la noche, que con ella duerme y con él se desvela
El eco es más consciente que el sonido

A un beso

Ese rosa que queda rascadito en un sueño: que nos pensó iguales en algún punto en el que jamás podríamos llegar a ponernos de acuerdo. Y decidimos compensarnos en el infinito. Cada uno, a cada uno. Con una idea muy estrecha, que nos aproximó mucho. Tontamente.

SECUENCIA 18

(...)MERCHE se acerca a la cama. Entra con sigilo. Fernando, entre sueños, nota su olor y su silencio, y aun con los ojos cerrados, se vuelve hacia ella. La línea suave, de su piel suave, con la luz suave de la ventana, insinúa sus caderas, desnudas en las sábana de hilos de algodón y lino, que sofocan las noches más duras del intenso verano. Y su mano, la de Fernando, el desvelado, se aventura con sigilo para cerciorar la suavidad nivea de sus caderas: las de ella, la que vuelve tarde a casa y le da la espalda intentando dormir. Merche viene del ruido y necesita silencio. Fernando, morando las palabras mudas de Merche, busca arrancarle algún suspiro arrastrando los labios por su nuca. Él necesita el ruido del que ella trata de escapar. Y la besa. Ella se estremece. (...)

Tejidos

(...) Aun así y por más que lo hagan, siempre se rompe de por medio una distancia insalvable, donde solo coge la admiración, el oidio y el deseo. Poco importa luego si primero vino uno, el otro, o todos a una misma vez: la tragedia ya está allí. En el aire. En el respirar que convencido trata de comprender, de dar una respuesta, y luego otra, y luego otra, y antes esta, y primero, y después... La tragedia se hace carne. Sus manos mojan una imaginación ardiente en la figura intangible del ser. Moribundo de pasiones, silencioso, reflexivo, espejado en sí mismo, en su autoafirmación precisa y complaciente del mundo. Se tornan su cuerpo y su consciencia en un actor enfermado de si mismo y del querer. (...)
Ayer era Julio Verne conociendo a Peter Schlemihl
Somos una probabilidad errónea en una máquina inconcebible para nuestra imaginación. Tenemos que suceder una cantidad finita, no numerable, de veces (en el lenguaje al menos) Y esa es toda la realidad posible